Volumen 1: Cuando un sueño se esfuma como el aroma de un café en un abrigo de invierno pero aún así, sigues caminando

Me encanta pasear por las calles de mi ciudad. Observar todo. Inspiraciones en movimiento hasta donde alcanza la vista. Mil historias apareciendo ante ti, deseando ser contadas.

 

Por las noches, el cielo enmudece ante la gran ciudad. Brillante, exitosa, sin dejar ver los cuerpos celestes inertes infinitos volantes en el aire. Cantos en el metro de músicos que expresan sonidos de sus tierras y a cambio pasearán un sombrero o un vasito de plástico para que tú les otorgues una pieza del asqueroso dorado. Cuando camino solo por las calles que he transitado desde siempre, no paro de pensar. Reflexiono todo el rato. A veces, ni me doy cuenta de que sigo pensando. La cabeza jamás deja de caminar. Como si tuviera pies o alas. Mi cabeza y mi cuerpo se llevan bien, al menos eso creo, o eso me cuentan ellos.

 

Cuando observas, debes hacerlo sin cortinas, sin frenos, sin medida, sin prejuicios, sin límites. Solo así, puedes ver lo que hay debajo de esa superflua estructura que nos regalan cada día en todos los lugares transitados por el Homo sapiens, llamada ciudad. Parejas de adolescentes que se aman sonrientes, gente enfadada, personas solitarias grises mirando el suelo cuando caminan, parejas de ancianos apoyados entre ellos, niños de la mano de sus padres, deportistas corriendo con su perrillo... divisando esas imágenes, uno se da cuenta de lo poquito que a veces podemos valorar las pequeñas grandes cosas.

 

Muchas veces la sociedad juega con todos y hacemos lo que se espera de nosotros, pero olvidamos esas cositas que nos recuerdan que estamos vivos y de que tenemos toda la vida para soñar y sobre todo para alcanzar esos, en apariencia, inalcanzables sueños... Más de las veces que querríamos, nos caemos al suelo.

 

Cuando paseas solo, ya saben, sin distracciones y en silencio, tu vida, tus hechos, tu libro mental se abre ante ti. En esos momentos, uno sonríe o pone cara de póquer. Sombras te intentan agarrar el cuello mortal. Basuras externas alcanzan el corazón palpitante lleno de vida. Qué momento más trágico para un ser finito como yo. Sé el final de mi vida. Sé lo que ocurrirá. Un fallo cardíaco dará por finalizada la partida y con ello, los sueños que no alcancé se quedarán esperando que otro más afortunado lo alcance. Lo sé. Sé mi final. Todos lo sabemos. Muchos no valoran lo que poseen. Yo no soy de esos. Cada instante para mí es valioso. Cada momento compartido es una gota de rocío mañanero en un frío mes de marzo.

 

Qué bonito pasear por Madrid. Qué recuerdos de infancia. Qué deseos de vivir nuevos recuerdos en esas calles que me vieron crecer. Qué ganas de vivir más y más y más. Qué energías fluyen dentro de mí y, a la vez, qué cansancio por la travesía. Qué dura es la vida.

 

Mentalmente, el sudor se desliza dentro de mí. Supongo que el ser humano es eso. Somos una contradicción en toda regla. Somos finitos y a la vez infinitos. Podemos amar sin medida y odiar sin medida. Podemos ser trabajadores acérrimos y por contra, vagos redomados. Legales o ilegales hasta la médula. Podemos ser supercomplejos  o amebas andantes. Es increíble. Cuanto más piensas en que hoy puede ser un día de mierda, más constatas que el día puede ser maravilloso. Como cambia todo. A qué velocidad supersónica lo hace. Un sueño puede ser una llave a una puerta y un destino, o ser la frustración de otro. Todo es cuestión del enfoque.

 

Cuaderno de bitácora: hoy el cielo está encapotado, ¿quién lo desencapotará?, el desencapotador que lo desencapote, buen desencapotador será... o eso dicen, ¿no?, pues eso... o te mueves o caducas... hay que mover ficha, no dormirse cuando se está despierto. La vida son dos, tal vez, tres días... levántense y anden, transiten por las calles y sobre todo: ¡VIVAN!. Nadie va a vivir por ti. Nadie va a luchar tus batallas por ti. Y nadie va a soñar tus sueños.

Camina, toma oxígeno. Estás vivo. No esperes un milagro. Sé tu propio milagro.

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